Si una pareja de bailarines se decide a prepararse para dar espectáculo, para vivir de la danza, para profesionalizarse, hay que dedicarse intensamente y volcarse enteramente a ese menester.
Hay que trabajar en movimientos espectaculares y ensayar permanentemente formas que llamen soberanamente la atención, siempre respetando la raíz de la danza.
No harán el bailarín y la bailarina, un tango liso, un decir silencioso y comunicativo, que traspase los sentidos y llegue al fondo del alma, a lo íntimo, a lo interno, a lo que solamente lo pueden captar los que palpitan y saben de la emoción.
Hay que hacer un tango gimnástico que toque lo acrobático, espectacular que llegue a la sensación y original que a nadie se le haya ocurrido anteriormente.
Así con estas formas se logra metalizar la danza y se gana dinero, pero bailando un tango, la pareja no puede sobrevivir.
Está bien que bailando el tango, para uno mismo, se logren una emoción y una satisfacción que cubren sin límites la ambición más exagerada, y complace su espiritualidad que necesita eso que el tango le dice y le comunica.
Pero de esa manera nadie lo va a contratar y de la otra, hay muchas mayores probabilidades, el público en general conoce muy poco de tango-danza.
Los bailarines que están en el espectáculo han fabricado una danza de tango que es de exportación, que se la venden a los turistas, que no tiene nada que ver con la real.
Como los de acá también la ven, sus ojos se acostumbran a esos movimientos, que de tanto mostrarlos, se le hacen carne, como si fuesen valederos.
Pero el tango-tango, es otro.
Y así sigue delineándose la coreografía del tango-danza. Ahora que la T.V. le da la oportunidad de mostrarlo en casi todas sus formas.
Lástima grande que sus verdaderos cultores no se aproximan; alguno que otro sí, pero la mayoría no se ha mostrado.
Carlos Alberto Estévez (Petróleo)